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Limpiando nuestras vidas


Félix Muñoz
Diácono de la Iglesia Bautista Resurrección de Kissimmee, FL
«Gracias a Dios que siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo y que por medio de nosotros da a conocer su mensaje, el cual se esparce por todas partes como un aroma agradable»
– 2 Corintios 2:14, DHH
Detrás de mi casa, hay un parque grande y bonito. En el hay zona de juegos para niños, dos lagos grandes donde viven muchas aves acuáticas, pequeñas tortugas y muchos peces. También hay una larga pista para caminar o montar en bicicleta. El parque fue en el pasado un campo de golf, así que conserva gran parte de su buena grama junto con muchos árboles frondosos y hermosas palmeras. Pasear por él es una relajante y sana experiencia. Pero, hay un aspecto del parque que le roba algo a esa sensación de bienestar que sentimos al pasear tranquilamente junto a los lagos y los frondosos árboles. Me estoy refiriendo a la gran cantidad de basura que la gente va dejando a su paso mientras caminan por sus entornos.
Desde hace algún tiempo, cada vez que salgo a caminar, voy con un cubo de cinco galones y una pinza larga con la que voy recogiendo todos los desperdicios que encuentro a mi paso y los voy poniendo en el cubo. Al final deposito toda esa basura en alguno de los doce zafacones que para ese fin hay repartidos por todo el parque. Y cuando lo hago me pregunto: ¿Estas personas que irresponsablemente van tirando toda clase de desperdicios a su paso, harán lo mismo en sus casas y en sus carros? Y me respondo: probablemente, sí.
Ese pensamiento me lleva a otro de más importancia y profundidad. ¿Tendrán sus vidas emocionales y espirituales tan sucias y llenas de inmundicias como el lugar donde viven? Sólo Dios puede saber eso, pero lo que sí sabemos y es de suma importancia es que todos debemos buscar la limpieza del alma en nuestras vidas. El pecado es como los desperdicios que la gente va dejando tras de sí. La basura afea el entorno en donde vivimos y los malos actos afean la vida de los seres humanos.
Desgraciadamente hay personas que, por sus pecados, van dejando a su paso un rastro de dolor, tristeza y mal olor espiritual. Lo triste es que tienen cerca de ellos donde depositar toda la inmundicia que el pecado lleva consigo. Jesucristo es el único que está dispuesto a recoger toda esa basura del alma del pecador y arrojarla en lo profundo del mar… Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra (2 Timoteo 2:21). Pero … Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:8-9).
Amigo y amiga que estás leyendo esto: si hay algo en tu vida emocional y espiritual que está ensuciando tu alma, ya sabes quién, mejor que nadie, puede tomar toda esa basura de pecado y limpiarte para siempre; su nombre es Jesús, el Hijo de Dios, quien dio su vida en una cruz por limpiarnos de nuestros pecados. Confiésale tus pecados y dile como el leproso que se acercó a Él y le suplicó: Si quieres puedes limpiarme. Y Jesús le contestó: Quiero, se limpió (Mateo 8:2-3).
¡Que Dios te conceda paz y limpieza a tu vida!
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