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Lo Que Piden Nuestros Hijos
Félix Muñoz
Diácono de la Iglesia Bautista Resurrección de Kissimmee, FL
«Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.»
– Efesios 6:1-4
En este pasaje del Nuevo Testamento, el apóstol Pablo pide a los hijos que obedezcan y respeten a sus padres. Dice que este es el primer mandamiento. Probablemente quiere decir que era el primer mandamiento que un hijo cristiano aprendía de memoria. Para Pablo, respetar no es solamente de labios para fuera.
La verdadera manera de honrar a los padres es obedecerlos, honrarlos y no darles disgustos.
Pero, Pablo no olvida que hay otra parte en la relación familiar que también tiene un deber que cumplir.
Padres no maltraten ni provoquen a ira a sus hijos.
Más de una vez he oído a personas decir que la labor de educar a los hijos es una de gran dificultad. Y creo que tiene mucho de cierto. No nacemos sabiendo cómo hacerlo y no siempre fuimos instruidos adecuadamente para realizar esta labor con éxito. Una cosa si es cierta, si hubiéramos sabido a tiempo lo que nuestros hijos esperaban de nosotros, mientras los tuvimos en el hogar, los resultados generales en la formación de su carácter hubieran sido mejores.
Encontré entre mis viejos papeles una lista de peticiones, que tal parece, que el que las escribió las fue recordando mientras reflexionaba sobre lo que fue su experiencia durante el tiempo de su crianza, o tal vez las escribió después de escuchar a diferentes niños y jóvenes expresarse al respecto. Sea como fuere, aquí las comparto esperando que puedan ayudar a los padres y las madres que todavía tienen a sus hijos bajo su tutela a criarlos en amor, respeto, disciplina y temor del Señor. Que Dios los bendiga.
Lo que sienten nuestros hijos:
No me des todo lo que pida. A veces yo sólo pido para ver hasta cuánto puedo obtener.
No me des siempre órdenes. Si en vez de órdenes, me pides las cosas con amabilidad, yo las haría más rápido y con más gusto.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decídete y mantén esa opinión.
Cumple las promesas, sean buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo; y si es un castigo, dámelo igualmente.
No me compares con nadie, especialmente con mi hermano o hermana; si tú me haces ver peor que los demás, no me estás ayudando a mejorar mis actitudes, más bien me hace sentir inferior.
Tampoco corrijas mis faltas delante de los demás. Es más provechoso que me enseñes cómo hacerlo mejor cuando estemos solos.
No me grites cuando algo no salió bien. Te respeto menos cuando lo haces y me enseñas a gritar a mí también, y yo no quiero hacerlo.
Enséñame y déjame después valerme por mí mismo. Si tú haces todo por mí nunca aprenderé.
No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las diga por tí, aunque sea para sacarte de un apuro. Me haces sentir mal y perder la confianza en tí.
Cuando yo haga algo malo no me exijas que te diga el «por qué» lo hice. A veces ni yo mismo sabría explicarlo.
Trátame con la misma amabilidad y cordialidad con que tratas a tus amigos, ya que porque seamos familia no quiere decir que me des un trato inferior al que le das a ellos.
No me digas que haga una cosa porque eso es lo correcto si después tú no la haces. Yo aprendo mejor lo que es bueno y correcto si te veo a ti primero.
Cuando te cuente un problema mío no me digas: «no tengo tiempo para esas cosas ahora» o «eso son tonterías y niñerías tuyas». Mejor trata de escucharme, comprenderme y ayudarme.
Enséñame a conocer y amar a Dios de acuerdo a su Palabra; porque si no, otros tratarán de hacerlo y podría no ser de la forma correcta.
Y por último, quiéreme y dímelo a menudo. A mí me gusta oírte decir, me hace sentir feliz y seguro.
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