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Todo se lo Debo a Él

salvación de Dios
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Reinaldo L. García Pérez

Nuestro Dios es único. ¡Nadie se le compara! ¡No hay quien pueda protegernos como nos protege nuestro Dios!
– 1 Samuel 2:2
Me conmueven los pasajes bíblicos que proclaman la salvación de Dios. El capítulo 17 del Evangelio según Lucas, narra que Jesús sanó a 10 hombres que padecían de lepra, una terrible enfermedad que produce daño físico y sufrimiento mental.  Los leprosos no podían interaccionar con su familia ni participar en la vida comunitaria.
Estos 10 hombres abandonados a su suerte, al ver a Jesús clamaron por misericordia.  Jesús respondió con una instrucción: “Id y mostraros a los sacerdotes”. Y mientras iban, los 10 hombres fueron limpiados de la enfermedad.
Uno de los hombres, al ver que fue sanado, regresó alabando a Dios a gran voz.  Al estar frente a Jesús postró su rostro ante sus pies agradecido. La gracia de Dios es un favor inmerecido. ¿Cuál debe ser nuestra respuesta? Un corazón contrito y humillado reconociendo que no merece tal misericordia.
Agradamos a Dios cuando le reconocemos y honramos dando en nuestra vida el lugar que le corresponde.  Al vivir como bien nos parece le damos la espalda y nos alejamos de Él.
El ser humano, desde la creación, ha demostrado su naturaleza perversa y pecaminosa.  Pero el amor de Dios es tan extraordinario que, sin tu y yo merecerlo, en Cristo hizo provisión para salvarnos del pecado y de su sentencia que es la muerte eterna (Juan 3:16).
Cristo, siendo inocente murió en la cruz ocupando tu lugar y mi lugar.  Esa sangre derramada pagó el precio por nuestras rebeliones y pecados. Es la sangre preciosa, del Cordero de Dios, que quita el pecado que nos separa del Dios Santo.
Al reconocer que Jesús es el Cordero de Dios y creer que su sangre derramada nos limpia de todo pecado somos justificados. Romanos 5:1 expresa: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.  Al ser declarados justos (libre de culpa) no hay condenación, como lo expresa Romanos 8:1 – Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Uno de los pasajes más hermosos de la Escritura se encuentra en el Evangelio según Juan, capítulo 12.  María quien junto a su hermana Marta convidaron a Jesús para cenar en su hogar.  María, hermana de Lázaro, tomó un frasco de nardo puro y lo vertió a los pies de Jesús.  Con sus cabellos enjugó sus pies.  Quizás la imagen es drástica e inusual, pero en los tiempos antiguos, las personas caminaban por caminos polvorientos y al recibir a los invitados, era la costumbre lavar con agua y enjugar sus pies.  
María tomó un costoso perfume para ungir los pies del Maestro.  Lo extraordinario de este detalle es lo que testifica: Jesús, eres lo más importante en mi vida.  Todo lo que tengo, todo lo que soy te pertenece.  Todo te lo debo a ti.
¡WOW!  Pienso en ambos ejemplos, el leproso que recibió sanidad y en María, hermana de Lázaro.  Ambos ofrendaron gratitud.  ¿Has considerado que existes porque Dios te hizo?  Fuiste formado en el vientre de tu madre y tu embrión vieron sus ojos (Salmo 139).  Eres, existes porque Dios así lo ha permitido.  
¿Sabes cuántas veces Dios te ha cuidado y librado de males que, en ocasiones, adjudicamos a la suerte? ¿Cuántas veces le has dado gracias a la vida, cuando en realidad todo lo que tienes te lo ha provisto Dios?  Sí, cada palpitar de tu corazón y aún el aire que respiras.
¿Qué tal si comenzamos por reconocer quienes somos ante Dios? ¿Qué tal si en lugar de quejarnos por lo que falta agradecemos por lo que somos y tenemos?  ¿Qué tal si nos humillamos de todo corazón y le expresamos: Todo te lo debo a ti, Señor?
¡A Dios sea la Gloria!
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1 comentario en “Todo se lo Debo a Él”

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