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Aferrado a la Esperanza
Reinaldo L. García Pérez
«Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.»
– Lucas 2:26
Simeón era un hombre justo y piadoso que vivía para agradar a Dios. La Escritura describe que esperaba la redención de Israel y el Espíritu Santo estaba con él.
Los israelitas esperaban al Mesías, quien vendría como salvador y restaurador de su pueblo. En ese tiempo, los israelitas estaban bajo el dominio del imperio romano. La expectativa de muchos era que Israel sería libertado por un líder político y militar. Sin embargo, el Ungido del Señor no se presentó como un líder político y militar sino como un recién nacido.
Esto, trae a mi memoria la ocasión en que el profeta Samuel visitó la casa de un hombre llamado Isaí. Dios le dio la encomienda de ungir a uno de los hijos de Isaí como rey. El profeta le solicitó a Isaí que trajese a sus hijos para presentar sacrificio. Cuando el profeta vio al mayor de los hijos, se impresionó y pensó que era el escogido. Sin embargo, Dios le habló: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. – 1 Samuel 16:7 Pero David, el que cuidaba las ovejas, fue el escogido por Jehová.
En ocasiones, la respuesta de Dios no es la que esperamos. Pero Dios siempre responde y cumple Su promesa.
Simeón vivía para agradar a Dios. Para agradar a Dios es imprescindible tener fe. La definición de fe está establecida en Hebreos 11:1 – Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Dios le había prometido a Simeón prometido que vería a Su ungido antes de morir. Fue el Espíritu Santo de Dios quien le dio tal revelación.
Dios galardona a quienes le buscan. Su Espíritu habla al corazón y revela cosas grandes que no podemos percibir a simple vista. Jeremías 33:3 dice: Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.
La esperanza de Simeón era ver al Ungido del Señor. Él estaba confiado que Dios cumpliría Su promesa. Por eso el pasaje describe que fue movido (guiado, dirigido) por el Espíritu Santo para llegar hasta el Templo. Allí vio a Jesús, quien ante los ojos de todos era un infante, pero ante los ojos de Simeón estaba Emanuel, Dios con nosotros, el Ungido del Señor.
Tomando al infante en sus brazos, Simeón exclamó: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación. – Lucas 2:29-30
Seamos como Simeón, viviendo aferrados a la esperanza. Caminando con fe porque Dios cumplirá lo que ha prometido. Deléitate en el Señor, escudriñando y meditando en la Escritura. Ora y clama para que el Espíritu Santo te revele. Como lo hizo con Simeón, Su Santo Espíritu te guiará. Más allá de lo que veamos, pensamos o sentimos veremos la respuesta de nuestro fiel Dios.
Despidiendo este año, recibe de mi parte un fuerte abrazo. Que en el 2021 crezcamos en gracia y sabiduría, como lo hizo Cristo ante Dios y los hombres. Bendiciones del Altísimo.
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