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¡Mirad Cuan Bueno y Delicioso es!

Vivamos por Cristo y para Cristo
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Reinaldo L. García Pérez

«¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
 Habitar los hermanos juntos en armonía!»
– Salmo 133:1
El Salmo 133, uno de los pasajes más conocidos de la Escritura. En la versión de la Biblia Reina Valera (1960) es titulado como la Bienaventuranza del amor fraternal.  Este era un cántico de los peregrinos que subían para adorar en Jerusalén.  
Disfruto las expresiones: ¡Mirad cuán bueno y delicioso es!  Yo disfruto comer.  Dicen que es uno de los placeres en la vida y cuando a mí me gusta algo yo se lo digo a todos.  ¿Por qué lo hago?  Porque yo quiero que también disfruten.
El salmista nos lleva a contemplar lo bueno, lo maravilloso de que los hermanos habiten.  Habitar, según el diccionario, significa: Ocupar una casa u otro lugar y vivir en él.  Se refiere a asentarse en un sitio para convivir.  
En los lugares donde vivimos, tenemos vecinos.  Algunos cercanos otros distantes, pero interaccionamos con otros individuos.  Posiblemente, compartimos verjas, escaleras, aceras, caminos o simplemente entornos.  
El salmista habla de los hermanos. Los hermanos conviven. Tienen cosas en común, relaciones afectivas – vínculos que los unen.  Pero además tenemos vecinos, compañeros de trabajo y otras personas particulares con las que establecemos unos lazos de amistad que son fuertes.  En Proverbios 18:24, expresa:
Algunas amistades se rompen fácilmente, 
pero hay amigos más fieles que un hermano.
Amados y amadas si algo debemos tener es generosidad y desprendimiento con los que nos rodean.  El apóstol Pablo describe de Cristo en el 2do capítulo de Filipenses:
5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,
6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, 
y muerte de cruz.
La persona egoísta antepone el interés propio al ajeno y muchas veces en un perjuicio a los demás.  La raíz del egoísmo es el orgullo.  El orgullo nos hace aferrarnos a las cosas que estimamos.  Por eso el apóstol nos presenta el ejemplo perfecto, CRISTO – quien, siendo Dios, no estimó – quien pudo haber reclamado, no reclamó – quien se pudo haber jactado, no se jactó – quien se pudo haber negado, no se negó.  Sino que se despojó (quitó, renunció al privilegio, se rebajó) a sí mismo.  
La Nueva Traducción Viviente lo describe en la forma más impresionante: adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano.  
Amados, amadas: somos llamados a ser imitadores de Cristo.  El mundo nos enseña a aferrarnos a las cosas que estimamos, pero Cristo optó (decidió, determinó, propuso en su corazón) no estimar.  Nosotros no queremos desprendernos de muchas cosas, pero Cristo no se aferró.  Si Cristo lo hizo, nosotros también podemos.  Usted pensará: ¡Que atrevido! ¿Cómo puede afirmar algo así?
Humildad, una palabra sumamente importante. Quien es humilde tiene un concepto adecuado de sí mismo.  No presume, no ostenta porque no se considera más que los demás.  Amados y amadas: esas son las cosas que el mundo nos enseña; a vivir sujetos a presiones sociales indebidas.
Al compartir todas las cosas que tenían, los creyentes demostraban generosidad y desprendimiento.  Ese pensar y ese sentir compartido hizo que los creyentes actuaran como un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo.  Los que no creían recibían el mensaje del Evangelio porque estaban viendo en acción lo que predicaban.  Ese testimonio, esa vivencia asombra a todos.
Hoy, más que nunca, acerquémonos a la cruz.  Vivamos por Cristo y para Cristo.  Que el mundo vea en ti y en mí las virtudes de aquel quien nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.  Un abrazo en Cristo.  

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