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¿Qué Propones en Tu Corazón?

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Reinaldo L. García Pérez

Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse.
– Daniel 1:8
Daniel fue un profeta judío que ejerció gran influencia en la corte de Babilonia. Su nombre significa: «Quien en el nombre de Dios hace justicia«.  El significado del nombre de Daniel concuerda con el carácter y contenido del libro que escribió.
Aproximadamente, a la edad de 15 años, Daniel fue llevado cautivo a Babilonia.  Fue seleccionado entre los jóvenes judíos para ser educado y servir como funcionario real.
El rey ordenó que los jóvenes judíos consumieran las comidas servidas en su mesa.  Sin embargo, en la dieta judía se abstienen de consumir ciertas carnes y los alimentos servidos en la mesa real eran sacrificados en honor a ídolos.  Ambas prácticas eran contrarias, tanto a la fe judía como a su consciencia. 
La comida que el rey degustaba eran platos exquisitos.  En su mesa se servía lo más fino y preciado en todo el reino.  Me impresiona que en lugar de complacer al rey, la prioridad en su corazón era honrar a Dios.  Ese detalle establece clara e inequívocamente quién era su REY.  ¡ALELUYA!
La palabra contaminación viene del latín “contaminatio” se refiere a la corrupción o suciedad que algo adquiere por contacto con otra cosa, también a veces mezcla de cosas que por fusión dan lugar a otra.  La palabra contaminar verbo “contaminare” que significa corromper, ensuciar, alterar la pureza de algo por toque o contacto.
En el Antiguo Testamento el concepto contaminar se refiere a:
  1. profanar que es tener en poco lo sagrado;
  2. ensuciar que es manchar algo limpio,
  3. volver inmundo que implica dañar su pureza y 
  4. mancillar que se refiere a deshonra.
El rey David expresó, en el Salmo 141:4, estas palabras en oración: No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, A hacer obras impías con los que hacen iniquidad; Y no coma yo de sus deleites. 
Como Daniel, el rey David quería honrar a Dios.  Ambos vivían para agradar a Dios.  Su corazón estaba dispuesto y disponible para hacer Su voluntad.  David reconoce que hay tres cosas: el corazón se inclina, hace obras y disfruta.
Cuando el rey David, pecó fue confrontado por el profeta Natán.  La pregunta que hizo el profeta, me marcó: ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo ante sus ojos? – 2da Samuel 12:9.   Aunque el rey David se humilló ante Dios y fue restaurado, sufrió las consecuencias de sus acciones.
En nuestro diario, pensamos y hacemos cosas que consideramos inofensivas y muchas veces pasan inadvertidas pero que al considerarlas ante el crisol de la Palabra, no glorifican a Dios.  Abrazamos ideas y actitudes que, en principio nos parecen apropiados, pero que al final nos hacen daño.  Para honrar a Dios nuestras prioridades, ideas y actitudes tienen que estar acordes, en sincronía con la Escritura.
Daniel y David estaban resueltos, comprometidos y determinados para honrar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y todas sus fuerzas.  ¿Tu y yo anhelamos honrar a Dios así? ¿Qué propones en tu corazón?

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