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Servidores de Cristo
Reinaldo L. García Pérez
«Ustedes deben considerarnos como simples servidores de Cristo, encargados de dar a conocer los planes que Dios tenía en secreto».
1 Corintios 4:1
El apóstol Pablo gustaba de llamarse a sí mismo «siervo de Jesucristo”. La palabra que se usaba en griego significa literalmente «esclavo». Era un término de uso muy frecuente en aquellos días.
El capítulo 9 del Libro de los Hechos, nos describe el encuentro de Saulo con el Señor camino a Damasco. Al caer en tierra Saulo preguntó: ¿Quién eres Señor?
Interesante es que Saulo se dirige a Jesús como Señor.
La segunda pregunta es tan relevante como la primera.: Señor ¿qué quieres que yo haga?
Interesante es que Saulo responde como siervo.
Ciertamente ese encuentro cambió la vida de Saulo, para siempre.
El Apóstol Pablo (Saulo) inicia las epístolas identificándose como siervo de Cristo. Cuando escuchamos la palabra siervo, pensamos en un sirviente, alguien que trabaja en servidumbre.
Pero la palabra siervo en español no le hace justicia a la palabra griega «doulos», que significa: esclavo.
Un esclavo, es una persona sometida bajo el dominio de otro, ya sea por compra, conquista o deuda.
El esclavo es sometido, no tiene agenda propia, y está obligado a hacer la voluntad de su señor. Pero observo que Pablo y los apóstoles no actuaban por obligación sino por entrega.
Es interesante notar que el ser “esclavo” es una auto designación favorita de los apóstoles y otros escritores de la Biblia.
Santiago afirma este título en el versículo de apertura de su epístola (Santiago 1:1), lo mismo es cierto de Pedro (2 Pedro 1:1), Judas (Judas 1) y Juan (Apocalipsis 1:1).
Además, Pablo repite que él es “doulos” de Cristo en otras cartas: Romanos, 1 Corintios, Gálatas, Efesios, Colosenses, 2 Timoteo y Tito.
El término se utiliza por lo menos cuarenta veces en el Nuevo Testamento para referirse al creyente y el equivalente hebreo se usa más de 250 veces para referirse a los creyentes en el Antiguo Testamento.
Podemos concluir con seguridad que el Señor quiere que su pueblo se vea a sí mismos de esta manera.
Los esclavos eran quienes manejaban los remos de las embarcaciones. Se necesitaban tres remeros para moverlos. Todos tenían que remar juntos en equipo. Ellos remaban al ritmo que marcaba el capitán con su tambor. El capitán establecía el ritmo. Nuestro Señor y Salvador tiene su propio ritmo para su obra. Lo que nosotros hacemos fuera del ritmo del capitán no contribuye al avance de la nave.
Sólo el capitán conocía el rumbo y veía por dónde convenía ir. Los remeros debían tener fe en el capitán y obedecerle. Cuando el tambor aceleraba podía ser señal de que estaban bajo ataque, o de una tormenta que convenía evitar, o de la necesidad de cumplir con un horario. Nadie objetaba ni preguntaba; sólo obedecían. De su confianza y obediencia al capitán dependía su seguridad.
La iglesia debe ser también como un cuerpo bien integrado. Cada remo requería un equipo, y todos los equipos tenían que trabajar en coordinación o el barco no se movía. Los siervos estaban en el fondo de la nave por lo que tenían que confiar en el capitán por completo.
La fe es una dependencia total en Dios y una disposición para hacer su voluntad.
Es obediencia total y humilde a la voluntad de Dios, disposición para hacer lo que nos mande.
La cantidad de fe no es lo más importante, sino la clase de fe en nuestro Dios todopoderoso.
El grano de mostaza es muy pequeño, pero está vivo y crece. Como esta semillita, una pequeña cantidad de fe genuina en Dios germinará. Apenas visible al principio, empezará a esparcirse, primero bajo tierra y luego de manera visible. Una pequeña semilla es suficiente si está viva y en crecimiento.
Así es la obra del reino del Señor. Nosotros desconocemos muchas cosas. Pero Dios nos ama y tiene el mejor plan para ti. En la obediencia hay salvación y bendición.
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